VALORES DE 14 OCTUBRE

 PRIMERA LECTURA

Cuenta la fábula que, hace muchos años, vivía una zorra que un día se sintió muy agobiada. Se  había pasado horas y horas de aquí para allá, intentando cazar algo para poder comer. Desgraciadamente, la jornada no se le había dado demasiado bien. Por mucho que vigiló tras los árboles, merodeó por el campo y escuchó con atención cada ruido que surgía de entre la hierba, no logró olfatear ninguna presa que llevarse a la boca.

Llegó un momento en que estaba harta y sobrepasada por la desesperación. Tenía mucha hambre y una sed tremenda porque además,  era un día de bastante calor. Deambuló por todos lados hasta que al fin, la suerte se puso de su lado.

Colgado de una vid, distinguió un racimo de grandes y apetitosas uvas. A la zorra se le hizo la boca agua ¡Qué dulces y jugosas parecían! … Pero había un problema: el racimo estaba tan alto que la única manera de alcanzarlo era dando un gran brinco. Cogió impulso y, apretando las mandíbulas, saltó estirando su cuerpo lo más que pudo.


No hubo suerte ¡Tenía que concentrarse para dar un salto mucho mayor! Se agachó y tensó sus músculos al máximo para volver a intentarlo con más ímpetu,  pero fue imposible llegar hasta él. La zorra empezaba a enfadarse ¡Esas uvas maduras tenían que ser suyas!

Por mucho que saltó, de ninguna manera consiguió engancharlas con sus patas ¡Su rabia era enorme! Frustrada, llegó un momento en que comprendió que nada podía hacer. Se trataba de una misión imposible y por allí no había nadie que pudiera echarle una mano. La única opción, era rendirse. Su pelaje se había llenado de polvo y ramitas de tanto caerse al suelo, así que se sacudió bien y se dijo a sí misma:

– ¡Bah! ¡Me da igual! Total… ¿Para qué quiero esas uvas? Seguro que están verdes y duras como piedras! ¡Que se las coma otro!

Y así fue como la orgullosa zorra, con el cuello muy alto y creyéndose muy digna, se alejó en busca de otro lugar donde encontrar alimentos y agua para saciar su sed.


Moraleja: si algo es inalcanzable para ti o no te ves capaz de conseguirlo, no debes culpar a los demás o a las circunstancias. Es bueno reconocer y aceptar que todos tenemos muchas capacidades, pero también limitaciones.

 


SEGUNDA LECTURA

Estaba un día el grande y fiero león, considerado por todos el rey de los animales, dormitando sobre la hierba seca de la sabana. Todo estaba tranquilo y sólo se oía de vez en cuando el canto de algunos pájaros o el gritito agudo de algún mono.

De repente, esa paz se rompió. Un mosquito se acercó al soñoliento  león y comenzó a darle la tabarra.

– ¡Eh, tú! Todo el mundo dice que eres el rey de todo esto, pero yo no acabo de creérmelo  – dijo el mosquito provocando al gran felino.

 – ¿Y para decirme eso te atreves a despertarme? – rugió el león – Si todos me consideran el rey,  por algo será  ¡Y ahora, vete de aquí!

– ¡No! – repitió el mosquito con chulería – ¡Yo soy mucho más fuerte que tú!

– ¡Te he dicho que no me molestes! – repitió el león empezando a enfadarse seriamente –  ¡No digas tonterías!

– ¿Tonterías? ¡Pues ahora verás que soy capaz de vencerte! – chilló el insecto con insolencia.

El león, estupefacto, vio cómo  el mosquito comenzaba a zumbar sobre él y a propinarle un picotazo tras otro. El pobre felino se vio sin escapatoria. Intentaba zafarse como podía y se revolvía sobre sí mismo para evitar los pinchazos, pero el mosquito era tan rápido que no le daba opción alguna. Al indefenso león le picaba tanto el cuerpo que se arañó con sus propias garras la cara y el pecho. Finalmente, se rindió.

– ¿Ves? ¡Soy más fuerte que tú! – se jactó el repelente mosquito.

Loco de alegría,  empezó a bailar delante del león y a hablarle de manera burlona.

– ¡Ja ja ja! ¡Te he ganado! ¿Qué pensarán los demás cuando sepan que un animalito tan pequeño como yo ha conseguido derrotarte? ¡Ja ja ja!

En uno de sus absurdos giros, tropezó con una tela de araña y, de repente,  se hizo el silencio. Cayó en la cuenta de que estaba atrapado sin posibilidad de salvarse y en décimas de segundo  se le bajaron los humos. Suspiró y dijo con amargura:

– Vaya, vaya, vaya… He vencido a un animal poderoso, pero al final, otro mucho más insignificante me ha vencido a mí.


Moraleja: no te creas nunca el mejor en todo. Es bueno tener éxitos en la vida y hay que alegrarse por ellos, pero no seas arrogante y pienses que los demás son menos que tú.

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